La magia no existe, de esto estoy convencida.
Esta afirmación es la solución de una larga historia. Una historia que se remonta a mi niñez.
Desde pequeña me gustó sumergirme en los laberintos de la magia: chisteras con conejos blancos, cartas voladoras, mentes adivinadas. Purpurina y colores.
Aplausos y caras asombradas. Enigmas que era mejor no conocer para no perder la ilusión. La valentía de sentirse libre a través de unos trucos completamente irreales haciendo de las manos una utopía.
Diez años después, cuando entré a un extraño espectáculo, me fijé en los ojos de los espectadores, desprendían sueño. Quizá, un sueño con sabor a vida. Dibujando en las miradas sonrisas con el mismo tono que el polvo de hadas. Y, era la verdadera magia.
Porque la magia es el arte de mirar a la vida con ojos de niño.
Y, eso no existe, simplemente, es.
(Texto: Sandra Lázaro)