El invierno llegó y tú no estás. No sé qué pesa más si tu ausencia o el amargo sabor de la soledad. Prometí no volver a escribirte y aquí estoy, dejando seco el bolígrafo que vio nuestra historia. Nos quedan los recuerdos de un ayer, que ni mañana se borra. Sigo esperando las quinientas noches en las que Sabina me prometió que te olvidaría, y creo que esta es la 502.
Pero seguimos escribiendo poesía a quien siempre quiso ser novela. Dejando un corazón roto y un intento de musa convertida en poeta. Esperando a que la vida, como un semáforo, se cambie a verde.
Son las siete y la estación de Atocha está repleta de gente. De gente con sueños. Apunto de escoger un tren con destino a “quiero comerme el mundo”. Sentada en el asiento los auriculares me quedan grandes, como tú. Apoyada en la ventana, un precioso paisaje se va quedando atrás también como tú.
En la plaza Mayor, el violinista se mentaliza para dar su mejor concierto. Ilusión se respira en las facultades de CIU, regalando las ganas de vida que sólo la juventud tiene. Me recordé dibujando pisadas las calles de Malasaña, coloreando con mis ojos las luces de Gran Vía. La Puerta de Alcalá me vio llorar en febrero y en primaveras las flores de El Retiro se tiñeron de esperanza.
La navidad llegó para desprender claridad con villancicos y extremoduro. Y el parque del Oeste cada vez estaba más al norte de mi cabeza.
Perderse por las calles de Madrid siempre es encontrarse.
Y, así, tiré los mapas que me guiaban por tu espalda.
Descubrí Paris en tus ojos, Nueva York en tu boca y, olvidé Roma la tercera vez que soñé en tu almohada. Sí, Madrid, hablo de ti. Tienes tanto arte que ni el Prado puede acogerte.
Llegaste a mí inundando de color esa foto en blanco y negro. Completando con versos loes trozos de un usado corazón.
Me encontré abrazando la eterna ciudad de la magia,
o quizá, me reencontré.
Texto y vídeo: Sandra Lázaro

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