París. 8 de diciembre. Los periódicos anuncian peligro. En el hostal, nos recomiendan no andar mucho por el centro, aún así, salimos. Vamos a disfrutar de la ciudad. Grandes superficies con grandes capitales, cerradas. Metro cortado. Mucha policía. Tout fermé, tout menos aquella vieja librería. Y, algún comercio pequeño.

Apenas eran las nueve de la mañana cuando el Louvre se llenaba de gente vestida de amarillo: mujeres, hombres, estudiantes, pensionistas y trabajadoras. Mi madre lo definió mejor ‘gente normal y corriente.’ Y, lo eran, y estaban pacíficamente luchando por unos ideales.

Ni fuego, ni cristales rotos, ni coches quemados. 

No lo niego, sentí envidia. «Ojala, tanta gente saliendo a la calle en España, alzando las voces como en aquel 8 de Marzo, inundando Madrid, tirando los muros del poder y la hegemonía.» Reflexioné en mi cabeza. 

A las seis ya era de noche, empezaba a llover, y no pude contener más mi vena periodística, pregunté a un chico en mi chapurreado francés: ‘¿Esto es por el carburante, no?’ Su respuesta fue breve: ‘No, nos han subido las tasas de la universidad, los impuestos, han bajado las pensiones, no están tomando medidas para frenar el cambio climático… Y, su incompetencia política y corrupción solo ayuda a la gente rica. Es una cuestión de justicia social.’ 

‘Es una cuestión de justicia social.’

Me vine arriba. «Hola, somos de España, no entendemos muy bien esta situación. ¿Por qué es?» Le dije repentinamente a una chica. «¡Españolas, qué alegría! Siento que veáis Francia así. Nosotras tenemos como referente el 15M, tan pacífico, tan español.»

«¡Qué razón! Nosotr@s cambiamos el mundo sin violencia, con respeto, con justicia!» Susurré a mi madre. «Cierto, a veces hace falta irse lejos para saber lo que se tiene cerca.»

Era tarde y estábamos en pleno corazón de París, entre manifestantes y manifestados, y, de repente, cristales rotos, fuego y gas. Observé la violencia y el peligro. Sentí miedo. Las sirenas resonaban en mi cabeza y, una mezcla de deseo y agobio por llegar a la habitación del hostal se apoderó de mi. No sabíamos donde estábamos ni cómo llegar a un sitio refugiado. Todos los portales, hoteles y bares estaban tapiados. Los tanques nos interrumpían el paso. Una calle con salida, al fin. El día anterior había estado paseando por allí, apenas se reconocía. Nunca había visto París de aquella forma, tan solitaria y, rebelde, tan valiente como temeraria.

Ya volvíamos, cuando de repente, un teatro abierto, no muy lejos de todas las manifestaciones. El Théâtre du Nord-Ouest interpretaba su mejor función. Y, allí, sin saberlo, también estaban cambiando el mundo. Sigue lloviendo, y esta vez, risas.  [Decidido lo mio siempre fue el periodismo cultural.]

También estaban cambiando el mundo.

Al día siguiente, titulares de fuego, muerte, destrucción. Los había, claro que había. Pero, nada se dijo de aquellos miles de cientos de millones de manifestantes que estaban luchando en paz.  Supongo que no vende pero, supongo, que es lo justo.

Los medios estaban comparando estas movilizaciones con Mayo del 68. Y, yo lo había vivido. A veces, la historia pasa delante de tus ojos y no te das ni cuenta. Algún día «los chalecos amarillos» saldrán en los libros de instituto, al lado del 15M.

Mientras tanto, nos seguimos empeñando en hacer de París un símbolo de amor romántico y, sin embargo, todavía (aun cerrado) se escuchan las risas de aquellos jóvenes rebeldes corriendo por el Louvre, como en Banda aparte.

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2 thoughts on “Dos madrileñas, París y ‘los de amarillo’”

  1. Maldita programación televisiva! De verdad ignoro si algún maestro titiritero estableció guías para focalizar las noticias desde el desastre y para el desastre; o si tan sólo es consecuencia y reflejo de nuestro error como sociedad.

    Sea justo no, tiene un mal hedor.

    De todas formas, es bueno saber que como tú, hay personas deseosas y trabajosas por mostrar los aciertos no sólo de nosotros, sino de la sociedad en general.

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