Viernes. Siete de la mañana. Camino de mi casa a la parada de bus.
Las farolas todavía relucen. El sol parece no querer despertar.
La calle, oscura y silenciosa.
Delante mía, una chica, 15 años, mochila con unos extraños dibujos que ya no reconozco.
‘En mi época eran las Witch, Winx o Rebelde.’
Acelera el paso. ‘Llegará tarde.’ Pienso.
Se le cae un papel. Apuntes de biología: ‘El ciclo de la vida.’ Cierra el puño. Se gira disimuladamente, aunque, sin parar el ritmo. Me ve.
Suspira. Relaja el paso.
La pierdo de vista.
De repente, alguien, detrás mío.
Las luces parecen apagarse. Los pasos se hacen cada vez más firmes. El miedo se apodera de mi. Aprieto las llaves con fuerza. Giro la cabeza, sin detener el ritmo: Una señora con su perro.
Suspiro y relajo el paso.
Así, una y otra vez. Y, así, todas. Las mañanas. (Así. Todas.)
Este es nuestro ciclo de vida, chicas.
Llego al bus. Grito: En mi camino quiero ser libre, no valiente.