Era una tarde fría de invierno. Las calles de Florencia estaban vacías. Las oficinas cerraban, los bares empezaban a abrir y los turistas ya descansaban.

No muy lejos del Duomo, en un piso Erasmus, diez chavales jugaban a las cartas. La dura vida del estudiante en el extranjero. De repente, alguien llamó al telefonillo: “Oye, bajad, que en la librería de la “Reppublica” hay un escritor”, afirmaba Fernando.

“Pero, ¿quién?”, respondía Elena, sacando medio cuerpo por la ventana -“Qué más da, dan comida”.

No hizo falta mucho más para que esos jóvenes se pusieran su abrigo y bajasen corriendo las escaleras.

Así fue, como me encontré en una sala medio vacía ante un célebre periodista y mucha comida.

Un enorme cartel: Bacio feroce, Roberto Saviano.

“Sí, me suena, estudiamos su libro en aquella asignatura de relato”, comenté. “Este tío ha salido con Évole”, afirmaba Ana.

Una barrera de policías se interponía entre nosotros y aquellas focaccias. El abrigo, los bolsos y mochilas se tuvieron que quedar atrás. “Ya no nos vamos a poder llevar na´” Se quejaba Elena.

Wikipedia me aseguraba que aquel hombre era un verdadero hito y yo como buen embrión de periodista lo tenía que contrarrestar.

«Este mundo necesita malos periodistas”

No había nadie hablando con él. Era el momento. En un chapurreado italiano le comenté que era estudiante de periodismo. “¡Qué bueno!, tengo muy buenos amigos en España”, afirmaba, “el periodismo allí también está mal”, proseguía. “Pero, eres joven, no dejes de soñar”, decía no muy convencido.

“¿Qué es lo que hay que hacer para ser un buen periodista?”, pregunté. Un silencio se apoderó del momento. Bebió un trago de spritz. “¿Ves toda esta gente que está aquí? La mitad son policía secreta. Si fuese buen periodista no estaría aquí.” Reía, “Este mundo necesita malos periodistas: aquellos que intentan romper con el sistema y dejan al poder entre las cuerdas. Son perseguidos pero, nunca pueden hacerlos callar. En cierta medida, el periodismo me ha jodido la vida”. Mi cara se quedó blanca. Necesitaba tiempo para asimilar aquellas palabras. Pareció notarlo. “Me puedes dar algún consejo” dije con voz entrecortada. “La respuesta está en el Palazzo Vechio”, aseguró. Una señora interrumpió la conversación, quería una firma en su libro.

Saviano se despidió “un placer haber charlado contigo. El periodismo me jodió la vida pero, paradójicamente, no podría vivir sin él. No calles nunca”.

Salí de aquella librería sintiéndome como un personaje de Dan Brown intentando descifrar el mensaje oculto. El Vechio estaba cerrado. Tom Hanks se hubiese colado por algún túnel subterráneo, pero, eran las nueve y en dos horas abría la discoteca.

Google lo averiguó pronto: El artista Vasari escribió un mensaje oculto entre las pinturas de aquel viejo palacio. ‘Cerca, trova’ (Busca y encuentra).

Desde entonces nunca dejé de mirar.

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