Era uno de esos sábados, de los que sales a las seis y, entre cervezas, se hacen las 11 de la noche. “Tengo la nevera vacía” exclamé sin ninguna sorpresa al llegar a casa, esa frase ya se había convertido en habitual desde que me había independizado.
Como solución me descargué una App de comida a domicilio. Entre la indecisión de encontrarte ante todos los restaurantes de Madrid desde tu móvil, pedí un burrito de carne con guacamole y sin cebolla. El repartidor se llamaba Félix y venía en bicicleta, su foto se veía un poco borrosa pero su cara me resultaba familiar. Mientras esperaba decidí ver una peli, una de esas comedias de amor que no te hacen mucho pensar: era sábado, tocaba desconectar.
Miré el reloj, la comida parecía tardar algo más de lo habitual. Desde el móvil podía seguir la hoja de ruta de todo el recorrido de mi pedido. “La dirección es errónea”, investigué. Inmediatamente escribí a Félix con la ubicación correcta. Algo enfadado me advertía “se sale de mi límite de circulación, pero te lo llevo”.
Después de media hora y 10 kilómetros, Félix llamaba a mi puerta. “Espera, te abro” y salí al portal. Encendí la luz, cogí la bolsa y miré a aquel repartidor a la cara. “Pero, ¿Sandra?” dijo con algo de sorpresa, a veces en el lugar menos esperado te topas con un viejo amigo que hace tiempo que no ves. Félix y yo habíamos estudiado la carrera juntos, le perdí la pista desde aquel último examen.
A veces en el lugar menos esperado te topas con un viejo amigo que hace tiempo que no ves
Le pregunté por su vida, “ahora trabajo en esto, ya sabes, siempre fui ciclista, necesitaba dinero y de momento no encuentro prácticas en ningún sitio”. Era cierto, todas las mañanas durante cuatro años su bici estaba aparcada en la puerta de la facultad, junto a la pila de motos. “Aprobaste aquel examen” afirmó con cara triste argumentando: “yo también. Fui a hablar con aquel profesor. Necesitaba suspender. Ahora si no estás matriculado en el grado no puedes hacer prácticas”, afirmaba. Algo falla en el sistema cuando son los alumnos quienes piden un suspenso.
Su móvil empezaba a sonar, llegaba tarde a los demás pedidos. Con un abrazo y un “nos volveremos a encontrar” se despidió. Cada despedida es un nuevo reencuentro por eso las abrazo como el que se agarra a las mejores anécdotas de un Erasmus que nunca termina: conozco su significado.
Mi burrito, después de recorrer Madrid, ya estaba frío y lleno de nostalgia pero “¡qué hambre!”.