He intentado escribir poesía y no puedo. Hacer arte en el horror más absoluto es imposible. Ahora no quiero ser poeta ni productiva. No voy a romantizar este contexto.

Me aterran los WhatsApp de mi madre por si vienen cargados de malos mensajes: Las malas noticias se agravan si faltan grandes abrazos.

Hacer arte en el horror más absoluto es imposible.

Médicos sin recursos, cansados y, a la vez, con fuerzas inagotables. Periodistas expuestos y profesionales. Personal de limpieza y de supermercado valiente. Una clase trabajadora salvando al mundo, Familias rotas. Abrazos que no llegan. Besos que sanan. Mensajes de despedidas. Videollamadas. Cursos online. Ansiedad. Películas. Series. Música. Libros.

No me quedan cervezas ni ganas ni fuerza. No me quedan libros de poesía. Ni el más mínimo interés de plasmar mis sensaciones en esta mierda de situación. No me da la gana ser periodista, no somos inmumes ni al virus ni al miedo ni al dolor.

Días antes del aislamiento alguien me preguntó qué era la vida, lo hizo en una terraza de Madrid con una cerveza en la mano. En aquel tiempo, tan cercano y a la vez tan lejano, llorábamos entre cervezas con un corazón roto sabiendo que eso era la vida. Siempre lo supimos. No nos hizo falta esto para valorarlo.

Abracé a mis padres a través de una pantalla. Besé a mi abuela por teléfono. Escuché reír a mis amigos. Manteniendo a distancias largas mi amor de distancias cortas. 

Hoy el corazón está lleno y las calles vacías. La libertad se mide en el tamaño de un balcón y el pasado se esconde tras la ventana.
Ahora que lo que parecía eterno, se hace efímero. Pero sueñas, y el futuro existe. Y, es mejor. Mientras tanto, sigamos diciendo: «te quiero», eso nunca nadie nos lo podrá arrebatar. (Y no hay mejor poesía).

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