En la fotografía como en el periodismo, si no estás lo suficientemente cerca el resultado no será nunca bueno.

Entonces, me aproximé a las grandes historias entre las voces anónimas (que casi nadie mira pero merecen ser miradas). Asomándome a los grandes misterios de la vida desde una ventana pequeña. Desde los invisibles, silenciados, ocultos, todavía muchos, no descubiertos y todos con algo que contar. 

Hay quien todavía, extrañado, asegura que la cámara estaba lejos. Que la distancia focal era larga, el diafragma cerrado y el ruido alto. 

Río. Siempre fotografié desde un teléfono móvil. La cercanía de la que hablaba Capa era otra. 

Así, acercándome, encontré a Eugenio. 71 años. Pinta zapatillas en una calle escondida de Lavapiés. Con una sonrisa dibujada, me cuenta: “de pequeño quería ser artista, mi padre enfadado, decía que eso era de locos muertos de hambre. Tenía razón, siempre fui un loco feliz.”

No era Man Ray. Tampoco Dalí.

No era una exposición en un gran museo.

Louis Vuitton no hubiera donado ni un duro para su repercusión.

Era una galería dibujada de sueños que solo unos pocos afortunados descubriríamos.

Solemos confundir cantidad con calidad: midiendo los amigos en likes. Los libros en Best Sellers y la tele en audiencia. 

Intentamos hacer poesía para la multitud y comida para cuarenta. Olvidando que el arte es el tímido privilegio de aquellos que saben escuchar. 

Por eso, si quieres comer bien, no vayas a una boda. 

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